sábado, 29 de marzo de 2008

Fernando Sánchez Zinny: Estudio crítico de "Acerca"

Acerca de Acerca, o de la poesía escultórica (*)

por Fernando Sánchez Zinny

Bastará con decir “una gran poesía escultórica” para designar la que nos presenta Long-Ohni en Acerca, pues justamente se trata de eso: de la opción, muy precisa y manifiestamente deliberada, en favor de un tipo de poesía vinculado, ante todo, con la expansión de la sustancia, con el volumen conceptual, con lo cóncavo y convexo que entrañan las palabras cuando se aproximan a la plenitud de su dimensión, a la gravosa totalidad de sus acepciones.
Es obra en la que una peculiar poética descuella insoslayable; autores hay (o sensibilidades, si mejor parece) que prefieren enmascarar el sentido último de su aporte, que intuyen adecuado dejar sombras en las que la luz reflejada atinará a trazar entramados y claroscuros. En cambio aquí nos encontramos, de modo por demás definido, ante una proposición absolutamente inversa y esto –muy a las claras, es obvio– no debido a arrebatos o a “iluminaciones” presuntuosas, sino como despacioso trasunto de una actitud consistente a propósito de cómo encarar la naturaleza de lo vital, la función de la poesía y la finitud de las aspiraciones.
En figurado escenario se descorre el telón y queda a la vista un monumento puesto bajo diafanidad plena; su tamaño y arquitectura lo hacen capaz de amparar la comprensión, la confianza, la perplejidad, la aceptación de la angustia: ésa es la poesía de Long-Ohni, según un inducido deslumbramiento que viene a revelarnos, con perceptible avaricia, cómo es el conjunto pero no la personalidad de quien acarreó la materia. Advertir la amplitud y la simultánea estrechez de este doble predicado es el gran requisito, la contraseña que abrirá las puertas de esa poesía y de su trasfondo: la escultura de la que hablamos es un hecho y también lo es el hipotético sujeto contemplador: en el comercio –en principio sólo físico– entre el objeto y la subjetividad que lo asedia se encuentra toda la relación imaginable entre ellos, toda la posibilidad de riqueza y de centelleo, aunque al lado vele otro sujeto, que es el autor “artesanal” de la obra pero éste es un personaje embozado que ha renunciado a manifestarse, para dejar todo el privilegio de la expectativa a favor de su criatura.
Por cierto, a esta concepción solemne y peripatética de la circunstancia poética se contraponen otras, sobre cuya legitimidad es ocioso exponer: está la poesía de la persistencia fluvial, está la de la intensidad y la desesperación del ego, está la del desgarramiento sangrante y también la de la salvífica celebración. Pero en la que ahora abordamos se destaca, con nítidos caracteres y hasta agresiva originalidad, otra fundada en la sabiduría de la distancia y en el infatigable burilado de nociones antitéticas, tareas asumidas por alguien persuadido de que si la perfección es inasequible, seguir el camino que conduce a sus dominios es lo que da razón de ser al poeta. Al respecto, es menester no incurrir en equívocos: Long-Ohni exhibe, a menudo, rasgos discursivos que recuerdan fuertemente a otros autores, de muy distinta índole, pero son afinidades superficiales en cuyos matices radica el quid de la diferencia. Así, construcciones como “levanta su esqueleto y peregrina” traen inevitablemente a la memoria el premioso tartajeo de César Vallejo, pero nada más ajeno a aquello aportado por el peruano el mundo que se ofrece en Acerca, campo segado en que no queda ninguna maleza de sufrimiento sentimental o de inquietud inmediata.
Y en la flagrante contradicción de “por nada cambiaría la inocencia / del jilguero o del ave de rapiña”, anida, ciertamente, un residuo marechaliano, pero muy lejos se halla la elaborada resignación cristiana del sonetista de Sophía de este estoicismo militante que mira las cosas no ya como ajenas sino como espejismos engañosos. Y “persista la memoria por la rosa” no es de Quevedo por mucho que remede su sonriente amargura, sino el fruto de un árbol abonado por imágenes en las que vocablos como “memoria” o como “rosa” actúan a modo de claves de la salvación posible. Y los adjetivos tajantes, las frecuentes expresiones ubérrimas fundidas en bronce, no son de Víctor Hugo, aunque a veces lo parezcan. Después añádanse, todavía, el ordenamiento con reminiscencias cabalísticas, la agobiante disparidad de sustancias, la triunfante unidad verbal y entonces, apenas, se habrá comenzado a recorrer el camino.
A esta altura de la perquisición sobreviene la acuciante pregunta de quién es Long-Ohni. ¿Quién se muestra y oculta tras ese nombre? ¿Cuál es su idioma? ¿Cuál la limosna de piedad o de sapiencia que ha venido a dejarnos? De antemano tenemos la obligación de saber que el interrogado no responderá, que no habrá razones en su boca ni gestos en su rostro. De su ademán displicente acaso quepa interpretar un demasiado escueto “las cosas son así”, o bien “el mundo es como es”, pero serán a lo sumo formas elusivas de un misterio que goza con escabullirse de los indiscretos que esperan comprender lo incomprensible. Más adentro, el rastreador encontrará otros indicios y entonces justificará deducir la existencia de una ética rígida asentada en la autonomía de la obra de arte, en la opacidad necesaria del autor, en el alegato de que “para nada soy quien está ahí”, de que “a nadie importa quien lo hizo”, o aún de que “estoy aparte y no entiendo más que tú esto que casualmente se ha hecho”, cuando no en la paradoja de remitir a frivolidades ideológicas la trascendencia de algo notoriamente valioso, variante de un porfiado juego clasista (o exclusivista) en que asimismo gusta regodearse nuestro fantasma.
Tantas trabas de intelección final acaso revelen reticencias masoquistas o narcisistas que no tenemos derecho a infringir: si Long-Ohni no quiere hablar de sí ni dar razón de sus motivos, es deber de lector considerado respetar esas reservas y contraerse a lo que en sí se le trae, que es mucho. De esa manera nuestra inmersión en la obra tal vez no será absoluta en el sentido en que lo pide el insaciable anhelo de conocer, pero sí tan completa como se nos consciente. Consumidores omnívoros de poesía debemos, pues, reducirnos al papel acotado del crítico formalista, impenitente vigilante de lo exterior, no porque suponga que ello lo es todo sino por haber reconocido, humildemente, que es todo lo que puede alcanzar. Desde ese paradigmático punto de vista, juzgar la esencia profunda de una obra es ceñirse a sus elementos constitutivos y apartar de la consideración las tentaciones de forzar significados o de atribuir asociaciones.
Sometidos a esa regla –seguramente cara a Long-Ohni–, hallaremos ante todo ingenuidad permanente, lentitud marcial de sílabas encadenadas en versos, limpieza ejemplar de ideas que nunca se confunden con creencias. Comprobaremos, asimismo, que hay una prolijidad quizás hasta obsesiva por evitar ex abruptos, por prescindir de hiatos o de “cacofonías vacías”, por atenerse casi invariablemente a consagradas normas de la preceptiva, en evidente esfuerzo por objetivar las posibilidades de acceso a la lectura, dato de particular importancia porque muestra la voluntad –reiteremos: especialmente escultórica al afanarse por incorporar la visión del espectador– de presentar objetos externos al antojo de quien los ha animado: en este caso, la pulcritud estilística funciona como una suerte de libre albedrío vicario de que se ha dispuesto proveer a los textos.
En el terreno conceptual es llamativo –e igualmente clarificador– el criterio antipsicologista que campea a raja tabla en estos poemas, tal vez por la adición bien macerada de componentes del imaginario psicoanalítico, en la medida en que, al menos entre nosotros, ha llegado a representar una suerte de cartabón de conductas convenientes que es plausible seguir, a despecho de la libertad espiritual. Esa posición se convierte en Long-Ohni en aceptación anticipada y esquemática del destino: así es todo, así debe ser y a eso debemos acomodarnos: “Es / definitivamente un infortunio / haber nacido hombre”, dice, muy desde el fondo, y también: “Un huracán de sueños/ ha sido devorado / por el tiempo incesante”. De ese modo es que el ciclo se cierra, que el Fausto occidental se apacigua, mientras Buda mira inescrutable.
Buda mira inescrutable la magnificencia del monumento y, no obstante su arquetípica impasibilidad, queda maravillado: a tal estado lo llevan tanto la solidez del enigma como la acuidad de la alquimia conseguida con sólo módicas negaciones que tampoco son absolutas. La poesía de Acerca no es clásica, en cuanto para nada es convocante; tampoco en rigor es romántica, pues prescinde de la exaltación y de la tragicidad. Menos aún simbolista, pues no hace sino llamar al pan pan y al vino vino. Y tampoco es para nada moderna, adherida como está a una vigilia temblorosa en la que nada queda librado a la improvisación o a la somnolencia.
Pero, opuestamente, es clásica hasta la saciedad al tomar la obligación de filosofar como mandamiento primero; y es romántica si echamos de ver la densidad de la pesadumbre. Sin ser extremosa retiene del viejo modernismo mestizo el afán de escribir con todo el diccionario y de no ahorrar, por ende, términos exóticos y lujosos, ni arcaísmos ni citas eruditas, complicadas aquí con evanescentes prólogos, extraviantes traducciones y heterogéneos añadidos ajenos. Finalmente, a ratos imita –quizá como irónico homenaje a la vulgaridad omnipresente– el dibujo del poema moderno, camufladas la laboriosa polimetría y sus riesgosas asonancias en líneas desparejas que simulan los llamados “versos libres”
La novedad es grande pero no pasmosa, pues el portento se asienta en elementos de sobra degustados desde hace siglos, siquiera desde la aparición del barroquismo y de las formas culteranas que tanto camino han hecho en las líricas italiana y española. Al igual que en esas etapas signadas por la Contrarreforma, en Acerca el poeta se reconoce a sí mismo antes como un intelectual estricto que como un oficiante de magias o un nostálgico de la Edad de Oro. Su labor recae entonces, sobre todo, en una tarea de búsqueda, de investigación… Buscar: he aquí el cometido, ¿pero buscar qué? Si el católico había entendido que la búsqueda era la de la salvación, los grandes románticos trasladaron esa tensión a la búsqueda de un sendero en la espesura del bosque, de una huella por la que seguir adelante hacia algún porvenir deseable Llegamos tras este exordio necesario a la raíz de la nobleza y la potencia de esta poesía singular: no se busca en ella una dirección ya establecida por la cultura y los a priori, sino el final del viaje que ellos prohijan, supuesto una y otra vez tras cada recodo pero siempre postergado en su concreción definitiva. No se procura ya un rumbo sino un arribo; se espera, dicho de manera más directa, morir, morir en paz con uno mismo:

"Es que esta noche
puede ser la primera,
la última
o la única…”

“Parco de voces voy:
con sincero mutismo
me acuno en el silencio…”

“Sobre un corcel de invierno
va el viejo que me alberga…”

“Aquí me atañe a mi la sepultura,
el primer esqueleto y la mortaja
de tiempo hilado, encaje de recuerdos
que llegado este fin ya no son nada”.

Morir, simplemente morir, hallar la soledad, hallar que ésta se “acerca”, cautelosamente aludida en las contraposiciones con los “falsos poetas”, con la “retórica hipócrita”, con “la lengua oscura”, como para manifestar la certeza de que la simplicidad invocada será suficiente para aventar lo nefasto.
Poco a poco todo desaparece y sólo queda la muerte “¿Para qué las palabras / si está el beso…?” De pronto advertimos que todo está muerto. ¿Y el monumento…? No, el monumento no está muerto; él es la muerte.


(*) Acerca, de Long-Ohni, Ediciones de Entrecasa, Saladillo, 2004-2005
Editor / Distribuidor: lucdebonnet@ciudad.com.ar

Algunos poemas de Acerca:

DEL CAPITÁN

¿Qué será del navío si el capitán desmaya?
¿Qué de sus raudas velas inertes ante el viento,
embargado de olas el casco y la sentina,
los obenques crispados
y el mástil todo, vigía de este amor,
desarbolado?

Si el capitán desmaya
no habrá timón ni quilla que resista
y la brújula entera quedará sin sentido,
la rosa de los vientos deshojada
y este amor navegando a la deriva.


DEL TIEMPO NATURAL

Sólo con ver
cómo las olas caen
redondas como pámpanos
sobre la arena hambrienta.

Sólo con escuchar
el aleteo de las hojas
recorriendo el otoño
de la mano del viento.

Sólo con ese pulso
ajeno de minutos
la vida tiene tiempo.


DE LAS PALABRAS

¿Para qué las palabras
si está el beso
y el tiempo que transcurre
y el delicado fuego
de amapolas ardientes?

DEL FALSO POETA

¿Quién como falsa espada empuña el cálamo
y teje en los cabellos de la musa nidos de sombra
que albergan a la Nada?

Si las voces de Safo, lengua de fina espuma,
del báquico Anacreonte y Arquíloco mordaz
de tumbas fueran vueltas tronarían
a coro con Simónides de Samos
y con Píndaro el joven, resplandor de Agrigento
reclamando la luz para Terpsícore.

Deshabitado el verso,
a dentelladas roto y carcomido,
¿ quiénes verán el lirio si no cesa
de encaramarse el lodo entre sus pétalos ?

Ido soy.
Ya dejo en cruenta mano la lira destemplada
pero han de preguntarse
ciegos del todo y secos como esparto:
¿ quién como falsa espada empuña el cálamo
y teje en los cabellos de la musa nidos de sombra
que albergan a la Nada?


DE LO INEFABLE

No hay palabra en mi boca.

Hay, quizás,
silencio imperturbable,
eco sin voz,
grito de piedra muerta.

No hay mundo,
pan,
estrellas,
cuando digo.

Son que se oscurece en un lenguaje
hecho ceniza y viento.


DEL ABISMO
(memoria de la infancia)

Ese que soy yo
disfrazado de Muerte,
el que se asoma al borde del abismo
y aterrado contempla su cara en el vacío,
ése que tiene un húmero y un fémur,
la mirada feroz y el labio inquieto,
pasión desencajada, torvo instinto,
ese sujeto ausente que se mira a sí mismo
como urgente Narciso que horada lo profundo
y le busca el sentido a aquella escena trágica
de crimen y de incesto,
ése quiere vivir
y va muriendo.

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